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A Bibiana no le gusta Blancanieves

A Bibiana no le gusta Blancanieves

Esto es lo que se deduce de la campaña puesta en marcha por el Ministerio de Igualdad que dirige la feliz gaditana. La campaña, tiene como objetivo “Educar en Igualdad”; y para conseguirlo han editado una guía que “instruye” a padres y educadores sobre diversas materias, entre las que se encuentra llamar la atención sobre los cuentos  cuya lectura resulta nociva para los niños  porque el Ministerio ha considerado  “sexistas”". En esa categoría se encuadran,  citados expresamente, los cuentos de Blancanieves, Cenicienta o La Bella Durmiente.

Bueno, los gustos en materia de cuentos de la Ministra no son relevantes. Sí que me resultaría un tanto sorprendente, porque no conozco ninguna niña  (o niño) que no haya disfrutado con el cuento de Blancanieves cuando tenía edad para hacerlo. A mí me encantaban los enanitos, sobre todo “Mudito” y Gruñón”. Siempre fueron mis protagonistas favoritos, muy por encima de Blancanieves y, por supuesto, del príncipe, que en el cuento no deja de ser un actor de reparto que sale al final y sólo para que el cuento pueda terminar como todos los de la época: felizmente.

Las historias de los cuentos suelen corresponder al momento, el siglo, la sociedad, en el que se escriben. Si Blancanieves se hubiera escrito hoy lo más probable es el discurso del “realismo políticamente correcto” hubiera impuesto que la niña fuese violada por alguno de los enanos y que el príncipe fuera un padre angustiado que llegaba tarde al lugar en el que yacía el cadáver; momento en el que se hubiera escuchado una voz en off recordando el teléfono de ayuda sicológica a los hombres que puso en marcha el  Ministerio de Igualdad o las rebajas para abortar que se obtienen con el carnet joven en Andalucía.

Pero cuando los hermanos Grimm o Hans Christian Andersen escribían cuentos todos sus seguidores esperaban que estos relataran historias fantásticas, amables, –cuentos al fin y al cabo–, que acabaran siempre bien. Los cuentos no intentaban cambiar la vida ni las relaciones sociales; los niños que los leían o escuchaban en boca de su padres sabían que eran historias inventadas que tendrían un final feliz que les ayudaría a cerrar los ojos y soñar.

Menos mal que Andersen o Grimm nacieron algún siglo antes de que Zapatero y su benemérita Ministra de Igualdad llegaran al poder para vigilar las mentes de sus súbditos. Con este Presidente y este Ministerio se hubieran tenido que dedicar a otra profesión porque sus cuentos habrían sido censurados por este gobierno tan rojo y tan igualitario que cree que puede prohibir que les leamos  determinados cuentos a nuestros hijos. No ha habido en la historia de la España democrática un Gobierno más intervencionista que el de Zapatero. Un  Gobierno que no distingue entre su obligación de respetar la libertad individual y su deber de defender el interés común. Bueno, si distingue a la hora de actuar: no defiende el interés general y se entromete y coarta constantemente nuestra libertad individual.

Dicho de otra manera: respetaré las iniciativas del Gobierno (compartiéndolas o no) tendentes a organizar nuestra vida privada –tales como la prohibición de fumar en todos los espacios públicos–siempre que  el Gobierno actúe previamente en todo aquello que es de su competencia para proteger el interés general. O sea, después de que el Gobierno utilice el 150.3 de la Constitución para cumplir con su responsabilidad de ordenación general, armonización competencial, coordinación y simplificación de las normas autonómicas, libertad de mercado, cohesión y competitividad en todo el territorio nacional. Mientras no sea capaz de hacer lo que está obligado a hacer para cumplir con su mandato constitucional, que hagan el favor de dejarnos en paz.

Ya está bien de faltar el respeto a los ciudadanos; que vayan Zapatero y su Ministra a cualquiera de los hogares españoles en los que ninguno de sus miembros percibe ayuda o subsidio alguno y les recomiende que lean el  mapa sobre la excitación del clítoris y los labios menores en vez de Blancanieves y los Siete Enanitos. O, mejor, que se vayan a casa y dejen de sonrojarnos. De veras, no nos los merecemos.

Del blog de Rosa Díez

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