La Gran Vía centenaria
El 4 de Abril de 1910 se iniciaba la demolición de los edificios que abrieron camino a la Gran Vía. Alfonso XIII dio el primer piquetazo. La demolición de la Casa del Cura de la Iglesia de San José, el último resto del Convento de los Carmelitas Descalzos, que se supone que es el primer convento que abre Santa Teresa en Madrid, allá por 1586, mientras la rama femenina se instalaba en la actual plaza de Santa Ana.
Ya José I Bonaparte, que, como Carlos III, fue rey de Nápoles antes de serlo de España, intentó descongestionar un Madrid abigarrado de callejuelas insalubres. Animado por las reformas que su hermano Napoleón emprendía en París, el popularmente conocido como Pepe Botella, liberó 24.000 metros cuadrados de suelo a base de demoler conventos que permitieron abrir las Plazas de Santa Ana, Oriente, el Carmen o San Martín. Por eso quedó para la historia también como “rey plazuelas”.
Las posteriores reformas a lo largo del siglo XIX se preocupan más de descongestionar a la burguesía del centro. Los palacetes de la Castellana y los nuevos barios como el de Salamanca intentan importar experiencias como la del Ensanche barcelonés, para orientar el crecimiento urbano madrileño.
Sin embargo, el centro de la capital seguía pendiente de arterias nuevas. Conectar Cibeles y Alcalá con la Plaza de España era un proyecto acariciado, pero siempre aparcado por razones económicas derivadas del coste del proyecto. Un coste también social para los habitantes y comerciantes de los numerosos edificios que deberían ser demolidos. Un coste económico inasumible sin el acuerdo del Ayuntamiento, el Ministerio de Fomento y los bancos, pero ya sabemos lo difícil que es poner de acuerdo a estos actores. Cuadrar esos círculos depende de muchas cosas. El punto y final del imperio con la caída de Cuba y Filipinas. La reorientación de las finanzas españolas hacia objetivos internos. La experiencia de 1909 en Barcelona, cuya Semana Trágica sembró las callejuelas barcelonesas de barricadas incontrolables. Todo apunta, la necesidad en un momento, a crear una nueva arteria que atraviese Madrid, eje comercial y de negocios, de poder económico, de comunicación, de descongestión urbana, de seguridad, de higiene pública.
A decir verdad, no fue la Gran Vía escenario de grandes revueltas populares, aunque sí fue el río de comunicación esencial para la defensa republicana de Madrid, asediado durante tres años por los ejércitos franquistas y qué la playa donde se producían los saltos de manifestantes que reclamaban el final de franquismo.
No es tampoco un lugar original. Sus edificios emblemáticos son casi fotocopias de otros neoyorquinos o londinenses, como ocurre con la famosa Telefónica. Hay otros lugares más entrañables, más populares, más populistas en Madrid. Pero, sin duda, es una pasarela, una arteria, un tránsito de mezclas eclécticas del Madrid que un día quiso ser moderno y aún más que europeo.
Los avatares de Madrid son el altavoz de lo que se cuece en España siempre en construcción y lo que se crece en España, termina recorriendo la Gran Vía. Al final aparece en un cuadro limpio, y luminoso, en un retrato csi topográfico de Antonio López.
La Gran Vía cumple cien años, pero a esa edad, aún nadie sabe qué será, cómo será, porque sigue siendo un camino en construcción. El debate sobre su peatonalización sigue abierto. Por eso resulta tan atractiva la que recibiera nombres tan dispares como Eduardo Dato, Pi y Margall, Conde de Peñalver, Avenida de México o Rusia, calle de la CNT, o Avenida José Antonio, hasta volver a ser La Gran Vía. El mismo nombre por el que todos, amantes y detractores, la conocieron desde el principio. Hay que ver las vueltas que da el mundo para volver al mismo sitio, que sin embargo ya es otro.
Feliz centenario, Gran Vía de Madrid.
Francisco Javier López Martín
Secretario General CCOO de Madrid
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