Trabajadores sumisos
Tras el empleo basura, parece que llega el desempleo basura, el despido barato, él váyase usted a la santísima calle con cuatro perras. Ya sé que, después de que en todos los periódicos aparecieran las intenciones gubernamentales de abaratar el despido, el señor Presidente del Gobierno ha dicho que no impondrá desde el Ejecutivo semejante cosa, que cualquier reforma laboral, incluida esa, tendrá que ser pactada.
Pero andan por Europa cartas cruzadas de primeros ministros que, entre thatcherismos varios, incitan a la flexibilidad laboral, al subsidio escaso y efímero, a una mezquina unanimidad europea en el arte de poner al currante al sereno con una mano delante y otra detrás. Y, como pasa siempre que ocurrencias así empiezan a pulular de un lado para otro cual astutas y suculentas tentaciones, más vale que nos preparemos: el despido de los trabajadores terminara saliéndole a los empresarios baratísimo. Voces airadas se han levantado ya contra la amenaza de la indemnización miserable y el subsidio precario, contra el pérfido y alegre desmantelamiento de las laboriosas conquistas laborales, pero hay que llamar la atención sobre otra irremediable consecuencia: la vuelta del trabajador sumiso, de la mano de obra dócil, del empleado sufrido y mudo, del contratado incapaz ya de ponerse una vez rojo para no pasarse la vida amarillo. Con un despido caro y justo el empresario se lo piensa dos veces antes de darle puerta al obrero incomodo y reivindicativo, pero con un despido económico, ágil y elástico es el obrero el que se lo piensa mil veces antes de ponerse levantisco y digno. Pronto, pues, saborearemos todos una nueva esclavitud resignada y risueña, boquiabierta por lo bien que nos va.
Eduardo Mendicutti (25 de marzo de 2000)
0 comentarios