Nuestros hijos.
Qué tremenda paradoja de la vida: nuestros escudos son también nuestros hijos. Porque tenemos hijos decidimos dedicar nuestra vida a defender la libertad y combatir el terror; porque tenemos hijos de la edad de Diego y Carlos, los dos últimos guardias civiles asesinados por ETA, seguimos en esto. Porque tenemos hijos, decidimos --hace demasiado tiempo ya-- que teníamos que seguir hasta acabar con los terroristas: para que nuestros hijos y todos los jóvenes de su edad, hijos nuestros también, no lo tuvieran que hacer. Porque tenemos hijos, decidimos que es a nuestra generación a quien le correspondía la tarea de acabar con ETA; para que ellos no lo tuvieran que hacer. Para que nuestros jóvenes no fueran a funerales; para que no se pintaran las manos de blanco; para que nunca tuvieran que gritar ¡Libertad!; para que no borraran los números de teléfono de los amigos asesinados; para que no vieran llorar a más madres huérfanas ...
Pero han ido pasando los años. Y nuestros hijos han ido creciendo y han tenido que ponerse a nuestro lado en el combate frente al terror. Y mientras nuestros hijos crecían --sin que pudiéramos protegerles del todo--, empezaron a llegar a nuestra casa chavales de su misma edad que venían a protegernos a nosotros mismos; a nosotros, que soñamos con protegerles a ellos. Chavales que nacieron en democracia; chavales a los que quisimos evitar tanta miseria, tanto dolor, tanta muerte. Chavales valientes que aprietan los dientes cuando llega la noticia de un nuevo atentado; chavales valientes que lloran mientras aguantan el féretro del compañero asesinado; chavales que salen cada día de su casa para ponerse entre nosotros y el terror. Entre la democracia y el totalitarismo. Entre la posible víctima y el victimario. Chavales que deciden arriesgarse a morir para que no nos maten a nosotros.
Nuestros escudos no son sólo son de la edad de nuestros hijos: son nuestros hijos. Hacemos política para que ellos no tuvieran que sufrir todo esto. No hemos podido evitarlo; pero juro ante todos ellos que no dejaré de trabajar ni un sólo día para que sus hermanos pequeños no tengan nunca que cargar con un féretro envuelto en la bandera de España en la que yace muerto uno de sus compañeros. Uno de nuestros hijos.
Gracias. Y perdonadnos por no haber sabido acabar aún con esto.
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