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Fallo multiorgánico

Fallo multiorgánico

Los países no mueren (a veces sería más fácil acabar con todo y comenzar ex nihilo), pero si España fuera un organismo, en este momento el médico diagnosticaría un fallo multiorgánico con pronóstico muy grave, quizá irreversible. Que el jefe del Estado y el jefe del Gobierno estén implicados en sendos escándalos de corrupción constituiría por sí solo un gran motivo de alarma, más aún por cuanto ambos pueden estar siendo chantajeados por personajes muy turbios.

A esto hay que sumarle el profundo descrédito de los dos grandes partidos, vistos por los ciudadanos en estos momentos como delincuencia organizada, como piezas clave de una cleptocracia desacomplejada, que primero roba, luego engaña y para terminar nos toma por imbéciles.

La justicia se mueve a paso de paquidermo y está tan desbordada como la ciudadanía. El fiscal anticorrupción no da literalmente abasto y necesita un refuerzo de plantilla que no sé si el ministro de Justicia concederá con tanta celeridad como esos indultos que va dictando a diestro y siniestro.

El Congreso es una institución zombi, bloqueada por procedimientos ideados para blindar a la mayoría gubernamental, de manera que el control que se pueda ejercer sobre la labor del Gobierno sea lo más leve posible. Son las instituciones que el duopolio ha querido darse para garantizarse las menores molestias posibles en sus respectivos periodos al frente del cortijo. Ni el PP ni el PSOE han querido cambiar estos mecanismos, en la certeza de que se resarcirían mediante la alternancia. Todo ello, coincide con una larga recesión económica y una cifra insoportable de parados que no deja de aumentar.

La información publicada por El País revela más datos aún de ese fallo multiorgánico que implica a toda una estructura económica, la creada durante la burbuja. Porque lo peor no es quiénes recibieron sobresueldos, sino quiénes los pagaban y a cambio de qué. La respuesta es: a cambio de una economía ineficiente basada en ese capitalismo castizo tan dañino que teme a la competencia y se cobija bajo sus contactos del poder político. Esas prácticas también tienen un pronóstico grave.

Algunos se frotan las manos pensando que la revolución debe de estar a la vuelta de la esquina, pero dudo que ocurra. No restemos ni un ápice de gravedad al hecho de que un millón largo de personas lo están pasando muy mal. Ni a la desigualdad rampante que está dejando la crisis. Y no perdamos la perspectiva: aún tenemos una renta per cápita del 99% de la UE (dato de 2011). Llegó a ser del 105% de la media comunitaria y por eso sentimos la pérdida económica, agravada por la desconfianza en el sistema y la sospecha generalizada hacia las elites.

En estas circunstancias, si fuéramos ese médico situado ante un enfermo con fallo multiorgánico, ¿qué habría que hacer? ¿Comenzar a regañarle por los excesos cometidos, por haber bebido y fumado o no haber cuidado su colesterol? ¿Habría que reprocharle su pésima herencia genética o sus debilidades congénitas? Todo eso empieza a resultar superfluo. Las cosas están bastante claras y ya sólo la elite insensible no las percibe como el resto de los ciudadanos.

Así que pensemos mejor en ese tratamiento de choque que el presidente del Gobierno no es capaz de idear, puesto que ha sido adiestrado para aguantar, aguantar y aguantar (el peor perfil personal que podríamos tener en este momento). Reforzar la persecución legal de la corrupción, tipificando como delitos la financiación ilegal y el enriquecimiento ilícito; forzar legalmente a la democracia interna en los partidos, para asegurar que llegan los mejores y no los más canallas; transparentar la Casa Real (no sólo en lo tocante a sus cuentas, sino a todas sus actividades); y por último, modificar la cultura política para recuperar algo tan simple y antiguo como la vergüenza, hoy ausente de la vida pública. Eso para abrir boca. Va a ser difícil, muy difícil. Pero al final tendremos una democracia moderna y transparente, una ciudadanía implicada en la resolución de los problemas. Al menos, que nuestros hijos no puedan reprocharnos que no lo intentamos.

Irene Lozano para El Confidencial

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