¿Clase media pobre, paro y partidos sin crédito? Así es la política que viene
¿Seremos como Latinoamérica?
La política está viviendo grandes cambios, generados por movimientos sociales de nuevo cuño que están modificando lenta pero insistentemente las arquitecturas institucionales. En ocasiones, como en Europa, agitando fantasmas populistas desde la derecha, como el FN en Francia o Ukip en Inglaterra, y en otros casos haciendo sitio en los parlamentos a nuevas voces, desde el italiano M5E hasta UPyD, que generan un debate público que puede transformar la política. En EEUU, la nueva situación resulta mucho más evidente, con un Tea Party que ha impulsado otros modos de activismo y que ha forzado al partido Republicano a tomar un giro peculiar.
El periodista Ignacio Ramonet (Redondela, 1943), presidente de la Red de observatorios de medios Global Media Watch, uno de los creadores del Foro Social Mundial y figura emblemática de Le Monde Diplomatique, acaba de publicar Hugo Chávez. Mi primera vida (Debate), un libro de entrevistas en el que el fallecido político venezolano narra sus vivencias y experiencias antes de llegar al poder. A su través no sólo podemos conocer en detalle lo que Chávez decía de sí mismo, sino que podemos entrever algunas claves que nos pueden ser muy útiles para entender la realidad presente.
Llama la atención que este libro, como ocurrió con otras experiencias periodísticas con dirigentes de América latina, esté construido mucho más desde las palabras del entrevistado que desde la visión del entrevistador. ¿Por qué? ¿Tiene que ver con la necesidad del gobernante de mostrar otra imagen de sí mismo a una opinión pública, como la europea, que tiene una visión muy negativa de él? Y, en ese mismo sentido, ¿cree que se ha demonizado su régimen?
Sí, eso es lo que motiva a Chávez a hacer este libro, que es un trabajo enorme en cuanto a la documentación que había que recoger y en cuanto al tiempo dedicado. Sus objetivos eran señalar que la imagen que se ha dado de él no se corresponde con la realidad y ofrecer una idea lo más sincera posible de sí mismo. En ese sentido, es un trabajo de contrainformación o de contraintoxicación que era necesario porque aquí se ha colocado un biombo no sólo sobre Venezuela sino sobre toda América latina. No se ha querido aceptar que existen sistemas políticos que han seguido otros caminos frente al mismo problema de fondo, que es la globalización neoliberal. Si tomamos un país como España, la vía latinoamericana parece inconcebible porque habría o que salirse de Europa y del euro o participar de una construcción europea con una voluntad política muy distinta, para lo que habría que cambiar el adn de la construcción europea, que es genéticamente neoliberal. Ese es un trabajo que parece inmenso, por lo que resulta mucho más fácil atacar a quienes lo han hecho a través de la deformación de la figura de sus líderes.
En el libro hay un instante llamativo en el que Chávez explica la necesidad de un liderazgo para que el proceso siga adelante. Dice que llega el momento en que una vez que se ha producido el diálogo, ha de producirse la síntesis y que se debe actuar. Y para ello, tiene que haber alguien al frente, alguien que organice y dirija, y que la dirección colegiada no sirve para ese proceso. Es peculiar esa idea. Los partidos tradicionales tienen claro el asunto del liderazgo, pero son cada vez menos apreciados por la gente, y las nuevas formas de participación política priman exactamente lo contrario, los procesos sin liderazgo.
Hay varios ejemplos de países que han tratado de liberarse de la dominación del FMI y del modelo neoliberal (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay…) y todos comparten la característica de contar con un líder importante. Ha aparecido en Latinoamérica una generación excepcional de líderes políticos que no es frecuente que coincidan en la misma época. En Europa no los tenemos. Quizá después de la Segunda Guerra Mundial hubo líderes relevantes, pero no hoy. Y en la izquierda es más complicado que aparezcan porque forma parte de su tradición desconfiar de la figura del líder. En América latina, sin embargo, estos dirigentes surgieron a partir del derrumbe moral y político de los partidos tradicionales, que desaparecieron de escena, de modo que la conquista democrática del poder surgió a partir de organizaciones que eran movimientos sociales, y que se aglutinaron en torno a figuras como Chávez. Esto aún no se ha dado en Europa, pero estamos viendo nuevos líderes en la izquierda griega, caso de Syriza, o en Francia, donde ha surgido Jean-Luc Mélenchon.
Es cierto que no están surgiendo líderes, pero quizá sea un fenómeno más propio de la izquierda. En Francia está Marine Le Pen, que quiere promover acciones a nivel europeo, y cuyo partido está aglutinando una gran intención de voto. Y es lógico que esta clase de líderes tengan mucha relevancia. Los partidos políticos tradicionales están deteriorados, la clase media está sufriendo un desclasamiento acentuado y hay cifras de paro inquietantes, lo cual supone que existe el clima para que aparezcan actores diferentes. La sociedad se ha comenzado a movilizarse de forma alternativa en Europa y en Estados Unidos, y en ese giro, ha sido la derecha quien se ha hecho más visible. Quizá porque la izquierda suele mirar con cierto desdén a la clase media, de la que piensan básicamente que está compuesta por idiotas que en cuanto aparece un líder carismático que promete mano dura le siguen como borregos. Y más aún si ataca a los emigrantes, porque creen que la clase media pobre es muy racista. En ese contexto, no es de extrañar que sea Le Pen quien se lleve los apoyos y los votos.
Cuando las clases dejan de tener puntos de referencia sólidos y surge un líder que fija una línea y da pruebas de autoridad sobre los problemas sencillos, con soluciones claras, tiene mucho ganado. La historia de los años 30 ha demostrado que hay liderazgos capaces de aglutinar a ciudadanos procedentes de corrientes políticas muy diferentes. Ocurrió con Mussolini y Hitler y otros fascismos en Europa. Pero hoy el fenómeno no es el mismo. El movimiento de Le Pen es clásico de extrema derecha, pero posee una variante sustancial, ya que si bien durante mucho tiempo se apoyó en temas emocionales como la xenofobia, ahora ha añadido el tema social, igual que hicieron los nazis en Alemania y por eso se ha convertido en una de las figuras más populares. Se dirige fundamentalmente a una clase trabajadora que se encuentra en vías de desclasamiento, a través de la cual está acumulando intención de voto. En América latina ocurrió algo distinto, que podríamos comparar con lo acontecido aquí al final del franquismo. Allí hay muchos movimientos sociales que se organizaron fundamentalmente durante dos periodos, el que se gestó contra las dictaduras militares, que fueron muy represivas, y el que tuvo lugar durante el periodo neoliberal, con privatizaciones masivas que provocaron lo que estamos viendo hoy en Europa. Si en España todos estos movimientos, el de los indignados, el de los desahucios, el que va contra la ley Wert, se aglutinaran en una perspectiva de cambio político posible con el surgimiento un líder que le diera la intención de conquista del poder… Esto es lo que ocurrió en América latina. En Europa es mucho más difícil porque hay frenos muy importantes relacionados con qué hacemos en Europa. Ningún país quiere salir de Europa, ni siquiera los griegos en el peor momento. En ningún país tienes una mayoría electoral que quiera irse de Europa.
Pero la diferencia de América latina con Europa tiene que ver con algo más. Es cuestión de líderes diferentes y de situaciones económicas distintas, pero también lo es de tiempos. Los procesos que estamos viviendo en Europa, dices, ocurrieron años atrás en América latina. Lo que hay que pensar es si dentro de un lustro, por ejemplo, viviremos en Europa el nacimiento de líderes similares y de movimientos políticos similares a los que ahora triunfan en buena parte de América.
Sí, probablemente, pero creo que para seguir el camino latinoamericano habría que sobrepasar etapas sobre las cuales estamos muy lejos de llegar a un consenso. Primero están las cuestiones de salirse o no de la UE y la de salirse del euro o no. La izquierda no ha dado respuesta clara a esos interrogantes, como sí lo ha hecho la extrema derecha. Es lo que está haciendo el Frente Nacional proclamando “Sí, vamos a salir de Europa” y “Sí, vamos a salir del euro”. Nadie de izquierdas se atreve a decir esto, aunque lo piense.
Sí, pero es peculiar lo que está ocurriendo y va más allá de Europa. En todos los países occidentales se está produciendo un desclasamiento notable que está generando mucho malestar. Y en ese contexto, la izquierda pierde peso, lo cual es especialmente significativo en la medida en que lo material y lo económico eran el terreno en el que mejor situados estaban. Sin embargo, no es la izquierda francesa la que triunfa en los barrios obreros, sino Marine Le Pen. Y se trata de una cuestión lenguaje y de saber sintonizar con lo que la gente necesita, algo que la izquierda europea, muy excluyente en sus términos, no ha sabido hacer. Todo lo contrario que Chávez. Uno de sus puntos fuertes era precisamente la conexión directa con la gente común, el utilizar una forma de dirigirse a la gente que era entendida por todos. Esa fue una de las claves de su triunfo. Es evidente que quien sepa hacer eso tiene en la política actual muchísimo terreno ganado.
Y ahí está también el enigma Chávez. Porque ¿quién es Chávez? Es un niño campesino de la clase extremadamente pobre, es un vendedor ambulante que recorre las calles y es, por tanto, alguien que desde el principio ha convivido con el grupo social más numeroso en su país, que es el de los pobres. Él no va a los pobres, es un pobre. Tiene espontáneamente el lenguaje de la cultura popular, las canciones rancheras, el cine popular mexicano, las canciones de su región, practica el deporte nacional del país, el béisbol. Es alguien cuyo discurso, siendo él un intelectual, no es el de un ejecutivo, sino el de alguien que posee la actitud y la pedagogía precisas para explicar su concepción política. Chávez sabe contar las cosas en el lenguaje de la gente, mezclando canciones y poesía, contando anécdotas o recuerdos de juventud, charlando como se hace en una tertulia, y que nunca es percibido como alguien de otro mundo que viene a dar un curso o una lección, sino como alguien que conversa contigo. Esto es capital. Hay muy pocos políticos en Europa, que por su historia, educación y evolución sepan hacer esto. Y quizá en Venezuela tampoco los vuelva a haber. Además, su sensibilidad es la de un creador y no la un político. Es alguien que ingresa en la política siendo ya adulto y que por eso tiene un potencial creativo en término políticos que desconcierta, que llega y dice ‘esto hay que hacerlo de de otra manera, hagamos el partido de otra manera’.
¿No es más probable que sea gente de fuera de esos entornos tradicionales la que pueda articular mejor el liderazgo? Dadas las estructuras y las dinámicas internas de los partidos, que suelen ser muy rígidas y que les alejan de la gente, y las que viven los movimientos sociales, que a menudo manejan un idioma que tiende más a excluir que a incluir, ¿no es más factible que sea gente de fuera de esos entornos la que pueda llegar mejor a los demás? Chávez era alguien de fuera…
Probablemente alguien del movimiento sindical… Tenemos el ejemplo de esas luchas en las que de repente de la nada surge un líder que estalla en los medios de comunicación por su capacidad de comunicar y de expresar emocionalmente lo que siente. Si, es posible que estos líderes tengan que venir del mundo del movimiento sindical más que de los cuadros tradicionales y de las escuelas de formación.
Esa capacidad de comunicar con la gente es algo de lo que carecen los políticos de Occidente. Pero es cierto que hay excepciones. El Tea Party ha utilizado un lenguaje que ha calado en parte de la población estadounidense, pero sobre todo, Obama supo conectar con esa clase media en descenso a través de unos discursos emocionalmente muy potentes.
Hay otra similitud entre Obama y Chávez, porque el presidente estadounidense hace referencias profundas en sus discursos a la esencia misma de la democracia americana, citando con frecuencia a los padres fundadores. Chávez también lo hacía, y era capaz de hablar a la gente de Bolívar, de Sucre o de Miranda con tal naturalidad que parecía que Bolívar andaba todavía por ahí o que acababa de fallecer. Y los dos hablan de principios. Los dos entroncan el relato de la creación de la república y de un proyecto universalista con la situación actual.
Estamos asistiendo a una nueva forma de hacer política. El deterioro económico y social y la desconfianza en las instituciones están generando un malestar del cual alguien va a sacar provecho y quizá cree un nuevo suelo político. Experiencias como las de Chávez pueden ser muy útiles para entender lo que va a ocurrir. Porque a menudo observamos Venezuela como algo que no tiene nada que ver con España o con Europa, y probablemente tengamos que comenzar a pensar de otra manera.
Esto es lo que se ha dicho hasta ahora, y es verdad que son realidades muy diferentes. Pero a medida que la crisis se consolida en un país como España, y se llega al 26 por ciento de la población activa en el paro, no podemos saber cuál va a ser la evolución. Fíjate cómo se desestructura el estado español, con el caso de Cataluña y cómo crece la desafección respecto de los grandes partidos. Esas experiencias ya las hemos vivido en países como Argentina, que no eran nada atrasados y que tenían muchos elementos en común con España, y de ahí surgieron líderes como los Kirchner. Sin duda, la política está cambiando en esa dirección, con dirigentes que reconstruyen el país ejerciendo un tipo de liderazgo del que desconfiábamos y que asumen funciones diferentes.
Por Esteban Hernández para El Confidencial
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