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La 'macdonalización' de la política

La 'macdonalización' de la política

Hace algunos años el sociólogo americano George Ritzer acuñó la expresión “macdonalización de la universidad” para referirse a una concepción de la enseñanza superior que contempla a los estudiantes como clientes a los que prestar un servicio y no como seres pensantes que deben participar activamente en sus estudios.

La democracia española padece una macdonalización similar. Los partidos hacen ver claramente que la política es su negociado. Han cercado el corral y lo administran desde unas cúpulas endogámicas y alejadas de la realidad, que tienden a la autoperpetuación, como ha puesto de manifiesto el último congreso de los socialistas, dirigido por los mismos desde Suresnes, año de 1974. Se han autoerigido en vicarios de las emociones políticas de los ciudadanos, que han de experimentar la participación a través de ellos y de una sola forma: la emisión del voto cada cuatro años.

Esto representa una paradoja irresoluble, pues participar es, por definición, una experiencia activa y en primera persona. La etimología lo señala: participar viene de “parte”. Y significa “tomar parte en algo”. La macdonalización de la política ha convertido a los ciudadanos en partes excluidas, órganos ajenos al cuerpo de la política. Porque no son vistos como parte de los procesos políticos, sino como clientes a los que dar su BigMac con queso. Esa concepción clientelar de la política explica por qué las leyes españolas están repletas de excepciones y guiños a determinados colectivos, así como la pérdida absoluta de preocupación por el interés general y la búsqueda continua de las satisfacciones a los problemas particulares.

El momento actual es crítico para la legitimidad porque resulta que el cliente no está satisfecho, como reflejan las encuestas del CIS, según las cuales los políticos se han convertido en el tercer problema del país. Así lo vive casi una cuarta parte de la población, curiosamente la más politizada, la más interesada por el devenir político de España.

Ante la deslegitimación rampante, los grandes partidos han desarrollado dos estrategias defensivas. Una pasa por intentar cocinar un nuevo BigMac, al gusto de ese paladar ciudadano insatisfecho. Otra consiste en no ver las señales evidentes de que la gente rechaza el BigMac: ayer Rajoy volvió a negar que exista desafección ciudadana, no obstante lo cual volvió a prometer reformas por la transparencia y el buen gobierno. Significativamente, como primera medida para mejorar la calidad democrática, citó la austeridad en dos ocasiones. Si fuera músico, el presidente tocaría una sola partitura, que por cierto sería de un compositor alemán y grabada por Deutsche Gramophon.

Sospecho que no lo han comprendido. No es el BigMac, es el MacDonald’s. No es éste u otro partido, no es tal o cual medida, es la relación que el duopolio ha establecido con los ciudadanos la que necesita ser cambiada de arriba abajo. Se trata de que los políticos dejen de ver a los ciudadanos como clientes y comiencen a verlos como parte activa del proceso democrático. Y, en sentido inverso, que los ciudadanos dejen de verse a sí mismos como receptores de un servicio y pasen a considerarse sujetos que desempeñan un papel en el juego democrático. La participación no consiste en que los políticos se comprometan con los ciudadanos, ni que dialoguen con ellos. Se trata de que los ciudadanos se comprometan con los ciudadanos y dialoguen entre sí. Necesitamos un palabro: desmacdonalizar. Y eso nos obliga a inventar una cultura política nueva por completo, para lograr que el político nunca deje de verse como ciudadano y el ciudadano nunca deje de verse como político.

Irene Lozano para El Confidencial

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