La Peste, ahora llamada Gripe A
Hoy me he enterado que hace tres semanas estuve en un despacho pequeño con una persona que padecía la gripe A. Estuve con ella una media hora, sin saber que estaba en la fase de mayores posibilidades de contagio. Esa persona fue ingresada esa misma tarde con alta fiebre y no ha salido del hospital en dos semanas.
Dado que en los tres o cuatro días siguientes no desarrollé la enfermedad, no fui contagiado. Lo cierto es que no me hubiera importado. Pienso que en invierno los contagios se van a contar a millones en cada país. Mejor es contagiarse ahora, que no dentro de unos meses cuando los servicios sanitarios estén más saturados.
Y mejor contagiarse ahora, que más adelante con una mutación peor del virus.
Se suele decir que en la Edad Media había muchas pestes porque había peores condiciones sanitarias. Lo cierto es que en la Edad Media estadísticamente hubo la misma frecuencia de pestes que en la época clásica, toda ella tan llena de filósofos, mármoles y bello césped verde alrededor de graciosos montecillos coronados por templetes de columnas jónicas.
Lo cierto es que el bañarse o no bañarse poco tiene que ver con la aparición de pandemias de tipo viral. Digo poco, en realidad no tiene nada que ver. En estas cosas el guarrete a menudo sobrevive, y el que se lava las manos treinta veces al día se muere.
Pero la imagen sobrevive porque una Edad Media sin ratas, peste y frío, no es Edad Media.
A mí lo que más pena me da de todo este asunto de la gripe A, es la mala suerte de los socialistas. Cuando en este país entran a gobernar las derechas, lo hacen en un ciclo de bonanza económica. Cuando entran los socialistas a gobernar, sea Felipe González, sea Zapatero, lo hacen en un ciclo de depresión económica. Esto ya empieza a ser una tradición de izquierdas. Pero la mala suerte de Zapa es que como la depresión económica no era suficiente, ahora encima la peste. Ya sólo le falta al pobre hombre que el próximo año caiga un asteroide en pleno centro de Madrid o que las cabras paran cabritillos de dos cabezas.
J.A. Fortea
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